Cuando entramos las dos por la puerta supimos que la búsqueda había terminado y que la luz que entraba por las ventanas abiertas, era la que habíamos estado buscando.
Firmamos el contrato por la mañana. Era sábado y hacía calor. Con las llaves de la nueva casa en el bolsillo, la ilusión en los ojos y un par de camisetas viejas, comenzamos el traslado.
Los primeros que entraron en el apartamento de la calle Abades fueron la Bienve y Lucerito. La primera sigue con nosotras. A Lucerito se lo llevó la María al pueblo porque el apartamento es pequeño y por supuesto hemos tenido que prescindir de algunas cosas. Como la nevera y la lavadora. Menos mal que el casero tiene una bajera y dice que nos las guarda. Aunque después del plantón que nos dió el transportista del "segunda mano" por poco se arrepiente y nos quedamos con ellas en la calle. Si no fuera por Mariano que vive aquí al lado y me acompaño a la plaza Cascorro a buscar otro transportista, no sé que hubiera sido de la lavadora y la nevera.
Fue Mariano precisamente el que se llevó prestado el armario que compramos este otoño, porque en el apartamento hay uno empotrado donde nos cabe la ropa de las dos. Y hay también muchos cajones en los que hemos guardado las prendas de invierno sin olvidarnos de poner las bolitas de naftalina que huelen tan raro.
Las paredes de la casa son muy blancas y las hemos decorado con algunas fotos de la familia de Esther. Hay una, en las que están ella y su padre en el huerto. El está sentado en una hamaca, con la txapela caída hacia los ojos, mirando a su hija. Ella, con una rosa roja en el pelo sonríe a la cámara, pero yo sé que a quien sonríe de veras es a él. Es bonita esta foto, aunque intuyo que a veces, cuando la mira desde la cama y no dice nada, siente un pinchazo de añoranza y dolor.
La cocina es pequeña. Tiene los muebles de madera rústica y me recuerda al pueblo. O mejor dicho, a las casas de los pueblos de nuestros padres cuando íbamos de vacaciones. Por eso a Esther y a mí nos gusta tener siempre vino, queso y chorizo. Porque es como tener un trocito de pueblo en este apartamento de la calle Abades.
En la galería están los ascensores y los tendederos. Toda la mañana da el sol. Y a eso de las 12 me gusta sentarme a leer, mientras la ropa tendida se despereza buscando el aire. Justo enfrente de la galería hay una iglesia del siglo XVII. Por fuera tiene un patio donde los sábados por la mañana el griterío de los niños al salir de la catequesis, es inmenso. También en el mes de mayo se celebran Comuniones y alguna que otra boda. Sólo el quejido de alguna pinza suicidándose en el vacío, rompe el silencio del patio al comenzar la semana.
Aunque el apartamento de la calle Abades es precioso y nos sentimos muy agusto en él, yo sé que la buhardilla permanecerá por siempre en el recuerdo de Esther. Porque dentro de sus paredes y techos bajos halló la grandeza de lo sencillo. Por eso al cerrar la puerta aquella tarde calurosa de mayo, las dos supimos que se quedaban dentro un armario, una mesa y 5 años de su vida.
Cuando la Bienve llegó, todavía vivíamos en la calle Cortezo. Al principio a Esther no le hizo gracia que la comprara, porque dice que las plantas sufren mucho con el calor. Y es que el verano en Madrid es muy agobiante. Nosotras lo más que hemos aguantado otros años ha sido hasta julio. Aunque dicen que en agosto la ciudad se vacía y se está mejor, preferimos escaparnos al mar. Porque una ciudad sin mar es como una ventana cerrada. Y de vez en cuando hay que perder la mirada más allá de los tejados y las antenas.
Como ya he dicho, en un principio la Bienve no fue bienvenida, pero el paso del tiempo, el agua, el aire y el sol la han convertido en la alegría de la casa.
Lo de Lucerito fue distinto.
Arrinconado entre cajas rumiaba la pena de su abandono, cuando Esther y yo acertamos a pasar por aquella acera. Era un caballo precioso y antíguo hecho con pasta de papel de periódico, y hasta un señor que pasaba por allí nos lo quiso comprar por diez mil pesetas.
Cuando Esther lo subió a la buhardilla, ya lo había bautizado.
El señor Gregorio, que es el casero del apartamento, cuando nos leyó punto por punto el contrato de alquiler, hizo especial hincapié en que se prohibía tener animales en casa.
Por supuesto él no sabía de la existencia de Lucerito, ni tampoco fue éste el motivo de llevarlo al pueblo. Lo que pasa, ya lo he dicho, es que el apartamento es pequeño y a nosotras nos parece que no es sitio para tener un caballo, y que allí va a ser más feliz, porque hay mucho campo verde y aquí en Madrid se estaba quedando amarillo y hasta cojeaba de una pata.
También el Beltza lo pasó mal cuando mi cuñado lo trajo a esta ciudad. Acostumbrado a la tranquilidad de un pueblo y a las miradas amigas, se encontró de pronto con un Madrid hostil donde la discriminación y el racismo son pan de todos los días.
Beltza es negro, y además de S.Sebastián.
Al segundo día de dejarlo en la calle se lo llevaron preso. Yo sabía que a él no le gustan los sitios cerrados y malolientes donde lo encontramos, y sabía también de su dolor e impotencia la mañana que amaneció herido en la calle Cortezo, con la piel oscura llena de golpes y abolladuras, sólo el día que repuesto del todo lo saqué de la ciudad pude mirarle a los ojos y pedirle perdón. Perdón por no acordarme de sus amaneceres limpios en el pueblo. Por esos atardeceres verdes donde la brisa lo acariciaba. Perdón por creer que un coche negro y de S.Sebastián pueda pasear por la Castellana, visitar El Retiro o dormir placidamente en una calle de Madrid cualquiera.
Esther cuando llama al casero por teléfono, siempre dice - Hola, soy Esther, la chica del apartamento...
Yo me río porque le digo que entonces todo el mundo tendríamos que decir- Hola, soy fulanita, la chica de la frutería, de la radio, de la panadería....y nadie lo dice porque se sobreentiende quiénes somos.
El otro día cuando en el teatro nos dijeron que podíamos invitar a quien quisiéramos, la oí decir al teléfono.
- Hola, ¿está el señor Gregorio?, soy Esther, la chica del apartamento...les llamo.....
Y me dió la risa. Esther, la chica del apartamento, como la llamo desde entonces, está feliz en esta casa. Todas las mañanas se levanta para ir a por el pan y el periódico. Luego prepara el café, la mantequilla, los panes y la mermelada. Y sólo cuando está todo en la mesa, se acerca a la cama.
Me despierta suave, despacio, abriendo sólo una cortina y una ventana. Dejando que la claridad de la mañana me llegue.
Y de ella me llegan los besos y las caricias sobre la espalda desnuda. Porque estas noches está haciendo calor y ya no uso pijama para dormir. Por eso siento sus manos recorriendo mi piel, jugando con mi pelo, rescatando algún sueño prendido para ofrcérselo al nuevo día que comienza.
Y yo entreabro los ojos pícaramente y observo sin ser descubierta cómo me mira mientras sirve el café o unta la mantequilla....
Y me hago la dormida, para que vuelva a acercarse y me bese, y me abrace, y me diga
- Venga dormilona, que te he puesto el café como te gusta, oscuro y por la mitad de la taza.
....Y yo siento de pronto que mi vida no sería nada sin estos despertares, sin este olor a café recién hecho con las primeras caricias sacadas del horno de sus manos. Y entonces pienso que quiero despertarme así todos los años que me queden de vida. Con este aroma, con estas manos que me tocan, con estos ojos verdes que me esperan, me miran y siempre me encuentran.
Y me levanto entonces para sentarme delante del mundo, que ya sólo es ella.
Me pregunta qué tal he dormido...y sigue untando de mantequilla el pan como si no pasara nada.
Cuando sale de casa me asomo a la ventana para verla caminar por la calle. Hay un loro que siempre le silba al pasar bajo el balcón; entonces Esther se da media vuelta y me lanza un beso con la mano. Hasta hoy no me he enterado de que ella piensa que la que silba soy yo.
Vecinos no sé si tenemos muchos. En los buzones hay treinta y pico nombres, pero yo en estos dos meses me habré cruzado con tres. Al lado vivía una pareja. El otro día cuando estaba asomada a la ventana, ví llegar un taxi para ellos. Lo llenaron de maletas y paquetes, se metieron los dos en el coche y se fueron. Claro que a lo mejor se iban de vacaciones.
Nosotras este año no sé donde iremos. A Esther le apetece hacer un viaje largo. El otro día vino cargadita de catálogos. El apartamento parece una agencia de viajes. Si te sientas en el sofá, te sientas encima de Portugal; si te apoyas en la mesa, comes en Italia y si te tumbas en la cama, duermes casi en la gloria que no sé ni dónde está.
Yo le digo que podemos ganarnos un dinero extra sólo con traer a los amigos a casa y enseñarles todas las posibilidades de hacer un viaje de montaña o de costa. Se ahorrarían las largas colas en las agencias, pero sobre todo el calor. Porque mira que está haciendo calor este mes de julio. Las noches son terribles. Abres las ventanas para que entre el aire, y lo único que se cuela es el gato del vecino, las voces de la calle, los ruídos del camión de la basura o la luz incierta de los faroles.
Los más afortunados como Esther, duermen placidamente mientras otros buscamos el frescor asomados a la ventana. Y es que hay personas que aguantan bien el calor. Yo prefiero el frío.
Esta mañana de domingo hemos bajado al Rastro. Había mucha gente y hemos decidido desayunar en una cafetería. A Esther no le han traído la tostada que había pedido y nos hemos marchado un poco enfadadas.
Hemos comprado el pan en el horno de leña y hemos vuelto a casa. En el contestador había dos llamadas. Una de Belén, que me dice que el relato que le envié es bonito, pero se queda corto; que a lo peor lo echan para atrás en el concurso y que le mande otro porque el plazo se acaba el 22 de este mes. Y no se cual enviarle porque " El apartamento de la calle Abades" está sin terminar y además no sé si es el más apropiado.
María, la madre de Esther también ha llamado para ver si hemos decidido adónde vamos a ir de vacaciones. Y es que esto de las vacaciones se está convirtiendo en un trabajo pesado. Todo el día mirando, llamando, preguntando sitios y precios....
Le digo a Esther que casi mejor lo dejamos para el año que viene. Que éste nos quedamos en Madrid, descansando de tanta ruta xacobea y tanta peregrinación de agencias....
Que la Gran Vía tiene su encanto. Que el Retiro, si te fijas bien, parece el Canal de Venecia. Que la Casa de Campo se asemeja a la playa de Torremolinos, y que en la piscina que está al lado de casa se coge el mismo bronceado que en Santa Pola.
....Que no se preocupe, que mañana mismo me bajo a la pescadería y le subo langostinos, percebes, ostras, nécoras y vieiras, para que disfrute también de las Rías Bajas.