Tuve que hacerlo, porque entre otras cosas se lo había dicho varias veces. Pero ella se empeñó en seguir adelante.
Cada sábado salía antes de casa dando un portazo que retumbaba en mi mente durante cinco largos segundos. Al principio me quedaba pensando en ella toda la tarde y parte de la noche, hasta que un sábado de principos de primavera empecé a verlo todo de otra manera. Y ya nunca volví a esperarla; bueno, miento. La esperé una noche en la que hacía un calor axfisiante. Fue la primera vez, pero antes hubo muchas ocasiones en las que ansié oir sus pasos al otro lado de la puerta. Tardes enteras en las que intenté decirle lo cansada que me sentía. Pero ella no quiso entender nada; decía que me había convertido en un muermo y que antes las cosas eran de otra manera.
Me decía que necesitaba salir porque estaba toda la semana encerrada en el laboratorio. Que necesitaba desprenderse del olor a química y oler como huele todo el mundo un sábado por la noche; a humo, sudor y alcohol. Necesitaba divertirse porque estaba todo el día con los botecitos, los guantes, la bata blanca y las pinzas, moviéndose al milímetro dentro de cada probeta.
Y que ella no se quedaba un sábado en casa ni atándola. Me tranquilizaba asegurándome que no pasaba nada, que todas las parejas atraviesan crisis y que a lo mejor yo necesitaba un "descanso" para volver al mundo con más ganas.
Así los primeros cinco meses. Luego todo fue distinto. Desde la primera hora de la tarde del sábado comenzaba a pasearse del baño a la habitación, de la habitación a la sala y de la sala al baño nuevamente. Sobre la cama un montón de ropa revuelta. Al cabo de un tiempo se acercaba amí para pedirme consejo.
¿Qué te parece esta falda?...crees que me pega con esta blusa o me pongo mejor el pantalón....
Nunca me preguntó si me apetecía salir con ella.
Todas las noches la esperaba despierta en la cama hasta que me llegaba su aroma a través de las sábanas. Un olor que no era el suyo y que me impedía conciliar el sueño.
Se lo dije varias veces.
Me llamó loca y no dió importancia a mis palabras. Por eso tuve que hacerlo. Me insinuó que visitara un psicólogo porque ultimamente me notaba rara y con ojeras. Que a veces me sorprendía mirándola fijamente y que le daba miedo.
Fué un sábado a las cinco de la mañana. El ruído de un coche me alertó y me asomé a la ventana. Esperé detrás de la cortina y ví dos siluetas agarradas avanzando hacia el portál.
Se besaron largamente y se despidieron. Sentí un cuchillo atravesándome el corazón. Me metí a la cama temblando. Dentro de nada la tendré a mi lado para siempre- pensé-.
Y lo hice.
Porque entre otras cosas ya se lo había dicho varias veces. Y cuando vino a la cama con la luz apagada, le pedí un vaso de agua.
¿Qué tal te lo has pasado?
La verdad es que me he aburrido bastante. He venido en taxi porque ya sabes....no es cuestión de cortar el rollo a nadie..
La abracé muy fuerte. Porque la quería. La estreché contra mi cuerpo frio hasta que la sangre saltó inundándolo todo, salpicándome los ojos y el pecho vacío. Yo me deshice de su abrazo caliente.
Ella se quedó hermosa y blanca sobre la sangre.
De vez en cuando me acerco despacio a su oído y le digo bajito que nunca dejaré de amarla.
Cada sábado salía antes de casa dando un portazo que retumbaba en mi mente durante cinco largos segundos. Al principio me quedaba pensando en ella toda la tarde y parte de la noche, hasta que un sábado de principos de primavera empecé a verlo todo de otra manera. Y ya nunca volví a esperarla; bueno, miento. La esperé una noche en la que hacía un calor axfisiante. Fue la primera vez, pero antes hubo muchas ocasiones en las que ansié oir sus pasos al otro lado de la puerta. Tardes enteras en las que intenté decirle lo cansada que me sentía. Pero ella no quiso entender nada; decía que me había convertido en un muermo y que antes las cosas eran de otra manera.
Me decía que necesitaba salir porque estaba toda la semana encerrada en el laboratorio. Que necesitaba desprenderse del olor a química y oler como huele todo el mundo un sábado por la noche; a humo, sudor y alcohol. Necesitaba divertirse porque estaba todo el día con los botecitos, los guantes, la bata blanca y las pinzas, moviéndose al milímetro dentro de cada probeta.
Y que ella no se quedaba un sábado en casa ni atándola. Me tranquilizaba asegurándome que no pasaba nada, que todas las parejas atraviesan crisis y que a lo mejor yo necesitaba un "descanso" para volver al mundo con más ganas.
Así los primeros cinco meses. Luego todo fue distinto. Desde la primera hora de la tarde del sábado comenzaba a pasearse del baño a la habitación, de la habitación a la sala y de la sala al baño nuevamente. Sobre la cama un montón de ropa revuelta. Al cabo de un tiempo se acercaba amí para pedirme consejo.
¿Qué te parece esta falda?...crees que me pega con esta blusa o me pongo mejor el pantalón....
Nunca me preguntó si me apetecía salir con ella.
Todas las noches la esperaba despierta en la cama hasta que me llegaba su aroma a través de las sábanas. Un olor que no era el suyo y que me impedía conciliar el sueño.
Se lo dije varias veces.
Me llamó loca y no dió importancia a mis palabras. Por eso tuve que hacerlo. Me insinuó que visitara un psicólogo porque ultimamente me notaba rara y con ojeras. Que a veces me sorprendía mirándola fijamente y que le daba miedo.
Fué un sábado a las cinco de la mañana. El ruído de un coche me alertó y me asomé a la ventana. Esperé detrás de la cortina y ví dos siluetas agarradas avanzando hacia el portál.
Se besaron largamente y se despidieron. Sentí un cuchillo atravesándome el corazón. Me metí a la cama temblando. Dentro de nada la tendré a mi lado para siempre- pensé-.
Y lo hice.
Porque entre otras cosas ya se lo había dicho varias veces. Y cuando vino a la cama con la luz apagada, le pedí un vaso de agua.
¿Qué tal te lo has pasado?
La verdad es que me he aburrido bastante. He venido en taxi porque ya sabes....no es cuestión de cortar el rollo a nadie..
La abracé muy fuerte. Porque la quería. La estreché contra mi cuerpo frio hasta que la sangre saltó inundándolo todo, salpicándome los ojos y el pecho vacío. Yo me deshice de su abrazo caliente.
Ella se quedó hermosa y blanca sobre la sangre.
De vez en cuando me acerco despacio a su oído y le digo bajito que nunca dejaré de amarla.
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