"NO DEBERÍAMOS VOLVER JAMÁS A NADA, A NADIE, PUES TODA HISTORIA INTERRUMPIDA TAN SOLO SOBREVIVE PARA VENGARSE EN LA ILUSIÓN".
(FELIX GRANDE).
(a mi madre, que me cantaba)
La habitación del recuerdo es amarilla, grande, fresca y huele a manzanas. Me asomo a la ventana y veo mi infancia jugando con el sol, mientras yo como bombones de cereza y pinto casitas con chimeneas grandes que echan humo, y caminos con flores y ovejas a los lados.
A la habitación del recuerdo se llega después de atravesar un pasillo inmenso de sombras, donde los barquitos de papel naufragaron.
Las demás estancias están cerradas y el polvo cubre todos los rincones de la casa. Hay objetos deteriorados que esperan el tacto blanco de la ternura para brillar. Hay una sábana larga y vieja cubriendo los juguetes preferidos del corazón; hay tizas rotas, cuentos sin príncipes, triciclos y pinturas sin caja y casi sin color.
Acaricio un libro que en su portada pone "TXIRIBIT" y fue, recuerdo, mi primer libro. Lo abro y un olor intenso a rosquillas y harina me devuelve dulcificadas todas las tardes de sábado; los chicles que redondos, alargados, blancos, dulces y rosas siguen pegados a la silla del recuerdo.
Cierro los ojos intentando apresar el momento fugaz de la infancia, y por décimas de segundo vuelvo a ser feliz, con mis coletas y aquella guitarra llena de dibujos que tenía una cuerda roja y trenzada para acercarla a mi pecho tibio de mariposa.
Todas las canciones andan sueltas por las paredes y el suelo, pero sólo me llega la que cantabas tú mientras andabas por la casa. Letras cargadas de historias pobres de niños que no tenían cuna, pero el padre como era carpintero terminaba haciéndoles una.....
Los objetos yacen dormidos por las esquinas y yo me acerco para limpiarlos.¡Cuántas mañanas pobladas de felicidad contienen estas cajas de cartón!...¡cuántos sonidos de campana y río hacen hoy enmudecer mi corazón!...
Veo una bolsita roja de tela; la abro, descubro que están enroscados todos los besos de entonces, y recuerdo por un instante el olor tibio a cocina que desprendía tu piel. Un rumor intenso de platos y banquetas, de pan y lentejas, de mandíl de flores, me puebla los ojos dándome cuenta por milésima vez que mis labios están salados presintiendo quizá la cercanía del mar. Y me duele infinitamente dejar esta orilla colmada de espuma y partir sabiendo que mis pasos encontrarán una vez más el rastro pequeño, encanecido y doliente de la ternura.
Tan pequeño como los lunares blancos del pijama de "CLEO" mi única muñeca amada. Doloroso también es saber que nuestros días de verano ya no dan al río donde los lagartos se paseaban al sol, mientras nosotros( cuerpos candorosos de piel de manzana) nos quitábamos torpes la ropa, dando trompicones entre las piedras calientes que nos quemaban los pies. Ansiosos por tocar el agua, empujábamos la inocencia intentando calmar las horas polvorientas del camino.
¡Cómo recuperar el afán de entonces, madre, para seguir caminando sin volver la vista atrás; si todo lo que hoy tengo en las manos me incita a volver!....
¿Cómo desvestirme de recuerdos húmedos y tenderlos al sol para marchar por la vida sin que el sol me queme!....
"donde fuiste felíz alguna vez, no deberías volver jamás"- dice FELIX GRANDE-
pero yo sé que volveré; porque la dicha consistió en marcarme con la nostálgia; la dicha me llenó de campanas el bolsillo del alma, y me dejó una calle ancha y perfumada para volver.
Una calle donde estarás esperándome como cuando regresaba de la escuela saltando y con las manos llenas de tinta y arena.
Sólo cuando cierro la caja descubro detrás de periódicos y carpetas vacías, un paraguas pequeño. Recuerdo que me lo regaló mi padrino al hacer la Comunión. Nunca pude imaginar que fuera a resguardarme hoy de la lluvia amarilla del tiempo....
Hay tantos abrazos contenidos detrás de las puertas...tántas palabras dormidas en sus goznes...que todos los pasos caben en esta caja azul que estoy abriendo:
Las primeras sensaciones, el primer pantalón corto marrón, los intentos de libertad, los montes inmensos, el "camino negro", el sitio de los helechos, los manzanos, los pinares, la granja, la lluvia infinita y apretada del norte, la tristeza de la niebla y los balcones siempre abiertos de mis ojos.
Y en un rincón de la casa, agazapado, está el invierno, Ysabel y Jesusin; los días terribles de escuela, los jardines blancos de diciembre que anunciaban el turrón y los regalos; papá volviendo cansado del trabajo, la leña y el carbón calentando siempre el hogar, mientras el tiempo pasaba como un carro lleno de hierba y de días.
Parecía que no crecíamos, pero al otro lado ya estaba esperando el mar.
Hoy siento desde otra altura que la verdadera edad de mi vida está guardada para siempre en esta caja azul que tengo en las manos.
Miro las fotografías que hay en la pared y veo una niña rubia con intención de traspasar la foto, abrazarse a mi cuerpo y colgarse de mi cuello para jugar. Tiene los bolsillos llenos de tierra y de flores, de cromos repetidos que quiere intercambiar conmigo. La miro y me recuerda a alguien. Su cuerpo delgado es un derroche de primavera y agua. Y por sus ojos, estoy segura se asoma el mar.
Conmovida salgo a la calle. Camino deprisa entre la gente pero el griterío de los niños que juegan en el parque, llama mi atención. Y me detengo para mirarlos.
Corren, saltan, comen helados de fresa, bocadillos de chorizo y pan con chocolate.
La emoción me embarga cuando veo a una niña con coletas subirse al columpio, y compruebo que es la niña de la foto. Rubia y feliz me sonríe mientras balancea mis 33 años lanzándolos hacia el cielo.
(FELIX GRANDE).
(a mi madre, que me cantaba)
La habitación del recuerdo es amarilla, grande, fresca y huele a manzanas. Me asomo a la ventana y veo mi infancia jugando con el sol, mientras yo como bombones de cereza y pinto casitas con chimeneas grandes que echan humo, y caminos con flores y ovejas a los lados.
A la habitación del recuerdo se llega después de atravesar un pasillo inmenso de sombras, donde los barquitos de papel naufragaron.
Las demás estancias están cerradas y el polvo cubre todos los rincones de la casa. Hay objetos deteriorados que esperan el tacto blanco de la ternura para brillar. Hay una sábana larga y vieja cubriendo los juguetes preferidos del corazón; hay tizas rotas, cuentos sin príncipes, triciclos y pinturas sin caja y casi sin color.
Acaricio un libro que en su portada pone "TXIRIBIT" y fue, recuerdo, mi primer libro. Lo abro y un olor intenso a rosquillas y harina me devuelve dulcificadas todas las tardes de sábado; los chicles que redondos, alargados, blancos, dulces y rosas siguen pegados a la silla del recuerdo.
Cierro los ojos intentando apresar el momento fugaz de la infancia, y por décimas de segundo vuelvo a ser feliz, con mis coletas y aquella guitarra llena de dibujos que tenía una cuerda roja y trenzada para acercarla a mi pecho tibio de mariposa.
Todas las canciones andan sueltas por las paredes y el suelo, pero sólo me llega la que cantabas tú mientras andabas por la casa. Letras cargadas de historias pobres de niños que no tenían cuna, pero el padre como era carpintero terminaba haciéndoles una.....
Los objetos yacen dormidos por las esquinas y yo me acerco para limpiarlos.¡Cuántas mañanas pobladas de felicidad contienen estas cajas de cartón!...¡cuántos sonidos de campana y río hacen hoy enmudecer mi corazón!...
Veo una bolsita roja de tela; la abro, descubro que están enroscados todos los besos de entonces, y recuerdo por un instante el olor tibio a cocina que desprendía tu piel. Un rumor intenso de platos y banquetas, de pan y lentejas, de mandíl de flores, me puebla los ojos dándome cuenta por milésima vez que mis labios están salados presintiendo quizá la cercanía del mar. Y me duele infinitamente dejar esta orilla colmada de espuma y partir sabiendo que mis pasos encontrarán una vez más el rastro pequeño, encanecido y doliente de la ternura.
Tan pequeño como los lunares blancos del pijama de "CLEO" mi única muñeca amada. Doloroso también es saber que nuestros días de verano ya no dan al río donde los lagartos se paseaban al sol, mientras nosotros( cuerpos candorosos de piel de manzana) nos quitábamos torpes la ropa, dando trompicones entre las piedras calientes que nos quemaban los pies. Ansiosos por tocar el agua, empujábamos la inocencia intentando calmar las horas polvorientas del camino.
¡Cómo recuperar el afán de entonces, madre, para seguir caminando sin volver la vista atrás; si todo lo que hoy tengo en las manos me incita a volver!....
¿Cómo desvestirme de recuerdos húmedos y tenderlos al sol para marchar por la vida sin que el sol me queme!....
"donde fuiste felíz alguna vez, no deberías volver jamás"- dice FELIX GRANDE-
pero yo sé que volveré; porque la dicha consistió en marcarme con la nostálgia; la dicha me llenó de campanas el bolsillo del alma, y me dejó una calle ancha y perfumada para volver.
Una calle donde estarás esperándome como cuando regresaba de la escuela saltando y con las manos llenas de tinta y arena.
Sólo cuando cierro la caja descubro detrás de periódicos y carpetas vacías, un paraguas pequeño. Recuerdo que me lo regaló mi padrino al hacer la Comunión. Nunca pude imaginar que fuera a resguardarme hoy de la lluvia amarilla del tiempo....
Hay tantos abrazos contenidos detrás de las puertas...tántas palabras dormidas en sus goznes...que todos los pasos caben en esta caja azul que estoy abriendo:
Las primeras sensaciones, el primer pantalón corto marrón, los intentos de libertad, los montes inmensos, el "camino negro", el sitio de los helechos, los manzanos, los pinares, la granja, la lluvia infinita y apretada del norte, la tristeza de la niebla y los balcones siempre abiertos de mis ojos.
Y en un rincón de la casa, agazapado, está el invierno, Ysabel y Jesusin; los días terribles de escuela, los jardines blancos de diciembre que anunciaban el turrón y los regalos; papá volviendo cansado del trabajo, la leña y el carbón calentando siempre el hogar, mientras el tiempo pasaba como un carro lleno de hierba y de días.
Parecía que no crecíamos, pero al otro lado ya estaba esperando el mar.
Hoy siento desde otra altura que la verdadera edad de mi vida está guardada para siempre en esta caja azul que tengo en las manos.
Miro las fotografías que hay en la pared y veo una niña rubia con intención de traspasar la foto, abrazarse a mi cuerpo y colgarse de mi cuello para jugar. Tiene los bolsillos llenos de tierra y de flores, de cromos repetidos que quiere intercambiar conmigo. La miro y me recuerda a alguien. Su cuerpo delgado es un derroche de primavera y agua. Y por sus ojos, estoy segura se asoma el mar.
Conmovida salgo a la calle. Camino deprisa entre la gente pero el griterío de los niños que juegan en el parque, llama mi atención. Y me detengo para mirarlos.
Corren, saltan, comen helados de fresa, bocadillos de chorizo y pan con chocolate.
La emoción me embarga cuando veo a una niña con coletas subirse al columpio, y compruebo que es la niña de la foto. Rubia y feliz me sonríe mientras balancea mis 33 años lanzándolos hacia el cielo.
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