La fiesta

08 junio 2011
A los tres años me sorprendió por su olor. Fue un atardecer caluroso del mes de agosto, mientras paseaba por la plaza de Los Carros.

Una bocanada caliente me llegó a la cara y respiré de golpe todo el aroma retenido en su cuerpo de paloma. Nunca pude imaginar que su olor hiciera florecer mis recuerdos, porque ella, o sea, Madrid, en sus noches de fiesta huele a aceite refrito, a gallinejas y a chorizo; a morcilla y churros....
sus calles se inundan de humo buscándote con afán pringoso las raices.

Por eso los puestos ambulantes, las esquinas colmadas de carritos con manzanas rojas de caramelo y dulces de algodón, nos devuelven la infancia envuelta en guirnaldas y humo de fiesta. Y así esas señoras que toman la fresca en la calle sentadas a la puerta de sus casas, se convierten también en nuestras madres, mientras nosotras acabamos reconociéndonos en los niños que corretean entre la gente, ávidos de sensaciones y plenos de una alegría que seguramente más tarde perderán.


San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma, situados en una esquina de la calle reviven al paso de los chulapos y las coplas, al ritmo del chotis y el pasodoble, mientras las luces y los banderines engalanan los balcones y ventanas de mi barrio.

La verbena comenzará a la medianoche en la plaza de Cabestreros o en la calle Argumosa; y los jóvenes y mayores bailaremos al sonido de la orquesta envueltos en el torbellino de los carruseles y las tómbolas.

La sangría y la limoná en cada tenderete servirán para aplacar el calor y olvidar las horas venideras de septiembre en que ya todo volverá a ser lo mismo.

Sólo nos queda esperar un año más para recorrer Embajadores, Toledo, Lavapiés, Calatrava, Salitre o La Paloma, como la primera vez.

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